viernes, 9 de julio de 2010

En el sector electrónico

Beatriz Aguirre, Sara Bravo, Alejandra Ramirez.


En la industria electrónica se desarrolla una perversa combinación de las viejas formas de explotación y una retórica de calidad total del toyotismo. En estas maquilas, minuto a minuto, día a día, chocan la supuesta modernización de la producción con las condiciones de subordinación y sobreexplotación.

Las exportaciones de la industria electrónica representan poco más del 30 por ciento del total de las exportaciones manufactureras de todo el país. En general, en esta industria se utiliza el mismo método de proveedurías o empresas subcontratadas para la elaboración de mercancías. Por ejemplo, una computadora. Los fabricantes de componentes: los circuitos se fabrican en Filipinas, los capacitores en China, las memorias en Malasia, los chips en la India. Las manufactureras: el disco duro se hace en Filipinas, el lector de CD y DVD viene de Tailandia y las pantallas de China. México importa el 90 por ciento de los insumos y exporta el 94 por ciento de los productos terminados. Las exportaciones se envían al mercado estadounidense de manera casi exclusiva ya que el 94 por ciento de los productos electrónicos fabricados en México tienen como destino final ese país (1). Es decir, en electrónica, sólo somos un país ensamblador.

Después de 1992, y en un esfuerzo por competir con las maquiladoras asiáticas, las empresas y el gobierno federal concertaron un proceso de modernización en el sector electrónico. Dicho proceso consistía en sustituir la imagen de la empresa ensambladora de baja tecnología, con alta rotación laboral, empleo femenino abundante y salarios bajos, por una con relaciones armoniosas entre los trabajadores y la gerencia, como si se tratara de una “gran familia” en la que las relaciones cooperativas son la norma de trabajo.

Las empresas afirman haber formado un obrero multicalificado y enriquecido en sus experiencias de trabajo, bajo principios de satisfacción e igualdad. Sin embargo, en la práctica del día a día en las maquilas, esto no es así, pero ni de lejos. En Ciudad Juárez, por ejemplo, en las maquiladoras Optos, Koyi, Eléctrica Mexicana y Contudel —ligadas a General Electric, Honeywell y Toshiba—, iniciaron un proceso de modernización cuyo objetivo era incrementar la productividad y asegurar a los proveedores entregas Justo a Tiempo (JT). La modernización se verificó sólo para la inserción de microchips con maquinaria de control numérico y maquinara programable. La supuesta necesidad de competividad ha sido enfrentada básicamente con elementos asociados a la organización del trabajo. Para cumplir con las demandas de proveedores o contratistas con el modelo JT, las maquiladoras han recurrido a la fabricación simultánea de varios aparatos: computadores, teléfonos, impresoras, paneles digitales, lavadoras, módulos automotrices, etcétera.

Este hecho es posible gracias a que las líneas de producción pueden adaptar el ensamblaje de distintos productos. Esto es, se entrena a las trabajadoras para conocer y realizar distintos procesos en la fabricación y ensamblaje de productos electrónicos, un trabajo multifuncional o polivalente.

La flexibilización en las maquilas no es un proceso de ruptura con el esquema fordista, sino la refuncionalización de añejas relaciones de subordinación. Es decir, al lado del trabajo rutinario y poco calificado de la línea de montaje se aplican medidas de sistemas de control de calidad tanto para el proceso como para el producto. Se obliga a las trabajadoras a ser polivalentes y a tomar cursillos de calidad total.56

Esto es lo que nos cuenta una ex trabajadora de la empresa Schneider Electric de México, ubicada en Monterrey, Nuevo León: “A veces me ponían a mí a soldar, otras veces me ponían en la lavadora. Tenía que acomodar las piezas en las cajas y de allí a sellarlas para que pasaran ya a otra línea, descontaminadas y todo”. Sobre la productividad, particularmente en el turno nocturno, nos cuenta que el trabajo se sigue desarrollando por la presión del capataz: “Tenías que cumplir una meta, entonces el supervisor andaba detrás de todo: de las máquinas, de los muchachos, porque tenías que cumplir la meta, porque ya iban a llegar los de la mañana y el material con que se trabaja.

A veces había mucho trabajo y pues el turno era muy pesado. A veces sí me tocó que las muchachitas se desmayaban de plano por el trabajo que era muy cansado, porque casi todo se realizaba de pie”.

La polivalencia en la maquila, más que un criterio de productividad, se utiliza para contrarrestar los efectos de la alta rotación de personal. Al respecto, señala una obrera: “Todavía no me toca que me mande pa’ todos lados. Nomás entrando me tocó soldar, pero como ya tengo práctica en soldar rápido me quitaron: ‘no usted ya sabe mucho de soldar’, ya para la noche terminaba 40 cajitas. Me dijeron: ‘¿quiere aprender la computadora? por si renuncia la muchacha’, yo dije que sí, y ya me pusieron en la computadora, y en la computadora entonces nos piden 2 mil 800 bobinas” (2).

Los círculos de calidad, en donde las obreras podrían proponer cambios en el proceso de producción, sólo se encuentran en la retórica de la gerencia: no se organiza el trabajo en equipos o celdas sino que se mantiene la línea, los horarios de trabajo y los descansos son celosamente vigilados, el control del proceso está controlado y lo marca la gerencia. Los criterios de ascenso se siguen manejando con elementos subjetivos, como caerle bien al capataz. ¿Recuerdan al líder de la industria automotriz, el que ayudaba para aumentar la calidad?, en la maquila electrónica no hay ningún líder, la calidad es incentivada por la presión del capataz y por los estímulos.

“A la que sacara más calidad nos daban pastel, nieve y nos festejaban. Allá en Taxca (una maquiladora) hasta me llevaron a comer al Tenampa, con toda la línea cuándo sacábamos la mejor producción o rechazos, o sea, 100 por ciento bien”. Otra trabajadora cuenta: “en la línea sí hay competencia, pero no es mala sino buena porque pues tienen pizarrones de quién trabaja más, y uno se motiva cuando te ponen ahí porque no tienes rechazos y pues se trabaja con más ganas” (3).57

“El mundo de la empresa”, la estrategia gerencial para que las trabajadoras se sientan “comprometidas” y mantengan lealtad a la empresa, es metido a las trabajadoras mediante regalos el día de las madres, convivíos los fines de semana o concursos de belleza donde ganan premios. Pero las trabajadoras participan o asisten a estos eventos como una estrategia para complementar sus ingresos, pues es por todas conocido que los salarios en la maquila son muy raquíticos.

Como hemos visto, la flexibilización del proceso productivo o toyotismo es aplicado de distintas maneras según el sector que se trate. El beneficio que tiene para los patrones es que, por un lado, pueden desentenderse de sus responsabilidades con l@s trabajador@s mediante empresas subcontratadas que les proveen trabajador@s y, por otro lado, las empresas agilizan los procesos productivos descentralizando la producción misma. Es una política mundial de competencia: compiten entre sí las empresas proveedoras para entregar los pedidos Justo a Tiempo, y se pone a competir a l@s trabajador@s para que aceleren la producción y la productividad. Es una aceleración de la pesadilla.

“Mientras que un obrero que utilizaba los antiguos sistemas de producción ocupaba en promedio 57 segundos por minuto, un obrero bajo el método flexible ocupa 45 segundos. Esto es, una ganancia de 12 segundos por minuto. Esto representa un aumento del tiempo de actividad de 26.7 por ciento” (4). Lo que ha implicado la flexibilización productiva son mayores cargas de trabajo en un menor tiempo, haciendo mucho más extenuante la jornada de trabajo y generando mayores ganancias para los patrones. En el modelo de producción flexible no se abandona el elemento de subordinación, superexplotación, los malos tratos, la muerte lenta de l@s trabajador@s. Esto echa por tierra la supuesta automatización y modernización del método productivo. Al final de cuentas, son l@s trabajador@s y su trabajo el factor determinante para la valorización de capital y para la acumulación de ganancias.

Por ello, este método de explotación se perfecciona: se acelera la pesadilla. Se incrementan los ritmos y cadencias de trabajo y también se recurre al alargamiento de la jornada de trabajo para extraer más ganancias. Las empresas aprovechan la política de contención salarial impuesta por los gobiernos de todos los partidos políticos para ofrecer a l@s trabajador@s sólo el salario mínimo y que sean los bonos los que complementen el salario. Formalmente, la jornada es de ocho horas, pero el obrero trabaja más tiempo, no por horas extras, sino para cumplir la meta de productividad y competir contra sus compañeros obreros por los bonos.

Notas:

1. Informe sobre las condiciones laborales en la industria electrónica. Cereal, 2006. En línea.

2. María Eugenia de la O. “Flexibilidad inflexible: estudios de caso de las plantas maquiladoras electrónicas en el norte de México”. Papeles de Población, julio-septiembre, núm. 33 UAEM, México, 2002.

3. Ídem.

4. “La guerra del capital contra el trabajo”. Revista Rebeldía núm. 67.

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